La duda

El otro día sucedió el Campeonato del Mundo de ciclismo, una prueba de un día que cada año se disputa en una ciudad. Normalmente de renombre. Al año que viene, en principio, Ponferrada. Esta prueba que pretende disputarle el honor de escoger al mejor ciclista del año al Tour de Francia (y no lo consigue, claro) es una clásica en el estricto significado de la palabra. Las clásicas son pruebas de un día disputadas sobre un kilometraje extraordinario y con recorridos que no destacan por la dureza de las montañas que se suben (más bien al contrario). Pues bien, en esas pruebas de un día, es donde uno puede disfrutar al máximo del ciclismo. En el tour no existe la duda: gana el más fuerte. En las clásicas, hay que tener mucha convicción para ganar, ser el más listo y acertar con el ataque en el momento adecuado. Una mala noche, un exceso de victorias anteriores y por tanto, de confianza, la falta de comida, un pinchazo, una caída… todo eso parece que convierte la victoria en puro azar. Nada más lejos de la realidad.
En ese campeonato pasado, ocurrido el domingo en la bella Florencia, además, se da el hecho de que se disputa bajo selecciones. No hay equipos comerciales, aunque cada uno lleva el nombre del equipo en el culotte y cada año suele haber polémicas cuando ciertas selecciones se amparan en otras cuyo único vínculo es que algún corredor comparte equipo comercial. Bueno, pues el domingo pasado sucedió un hecho que pocas veces se suele dar: entre cuatro corredores que disputaron la carrera al final, había dos de la misma selección. Y el que ganó fue un tercero. Obviamente, eso no puede suceder, a no ser que haya una subida durísima y el otro demuestre ser el más fuerte.
No fue el caso. Mientras por delante iba el ciclista que rompió la carrera, castigado ya por su esfuerzo, pero todavía lo suficientemente entero como para defender su renta con uñas y dientes, por detrás el compañero solo se debía ocupar de controlar a los otros dos, de ponerse a su rueda (mucho menos desgaste físico, aclaro para los no iniciados en las artes del ciclismo). Pero hete aquí que llega una curva, un poco húmeda (había llovido todo el día y sólo al final salió tímidamente el sol), y el tercero, el menos favorito arranca justo antes, sentado, sin dar un fuerte hachazo. Y en esa curva coge 5 metros. Y el que lleva el compañero delante duda, espera a la rueda del otro enemigo, ya cansado, que sabe que la obligación del que le sigue es controlar y saltar. Pero la duda le atenaza el cerebro, obstruido no por las pulsaciones, sino por las consignas repetidas mil y una veces (a rueda, a rueda, que no se te escape Nibali, contrólalo, hazte un palmarés, el Tour es lo primero…) durante toda una carrera profesional, a veces pasando por encima de su propio talento, de su instinto ya perdido para las pruebas de un día, su velocidad en el esprint y entonces, los esquemas básicos del ciclismo se rompen. Los 5 metros tras la curva se han convertido en 20, en 30. Y ahora se da cuenta del error. Pero han pasado 5 segundos y es demasiado tarde. Llevas 270 kms en las piernas y una vida luchando por quedar tercero en el tour… Tuyo es el bronce, Alejandro.

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